Texto: Daniel Zaíd
Fotos: Daniel Zaíd (@perdidoenbici) y Karla Robles (@karlarobles)
Esta historia sucedió en otoño de 2021. Una revista nos pagó para publicarla en su medio y por eso hasta la fecha no la habíamos sacado nosotrxs, pero en vista de que tampoco la han sacado ellxs, y de que ya era su segundo aniversario, decidimos que había pasado suficiente tiempo para que esta historia viera la luz.
La ciudad de Texcoco se localiza aproximadamente a 30 km al este del centro de la Ciudad de México. Fue uno de los ejes del Imperio Azteca, y hogar del poeta, arquitecto, y monarca Nezahualcóyotl, cuya imágen está en los billetes de $100 pesos junto con su poema más famoso. Cuando Karla y yo estábamos en la Ciudad de México en el otoño de 2021, nos pusimos en contacto con Ricardo Pacheco, un ciclista y mecánico de bicicletas de Texcoco, quien nos invitó a rodar en los caminos de tierra que rodean su ciudad. Aceptamos su invitación y Ricardo nos ayudó a planear un viaje a Monte Tláloc, la montaña justo al este de la ciudad.
Rodamos a Texcoco y nos dirigimos al centro de la ciudad, donde Ricardo tiene su taller de bicis, Sprinters Bici Taller. Mucho para mi agrado, la ciudad se siente bastante como un pueblo, con calles angostas y de un solo sentido y mucha gente moviéndose a pie, y también hay ciclovías protegidas que facilitan bastante el entrar y salir de la ciudad. Llegamos al taller y conocimos a Ricardo en persona tras un par de años de seguirnos en redes sociales, y platicó con nosotros mientras continuaba con sus deberes en el taller. Nos dijo que tenía planeado unirse al viaje, pero que tenía un puñado de bicicletas por arreglar y el trabajo era algo que no podía rechazar en ese momento debido a que estaba tratando de adquirir una reputación como un nuevo negocio dentro de la comunidad ciclista local. Pero a como lo vi atendiendo todo tipo de bicicletas y la manera en la que interactúa con la gente, estoy seguro que Ricardo va por buen camino.
Esa misma tarde se nos unió nuestro querido amigo y maestro de rodar en chanclas, Lenin Sartillo, a quien conocimos en un viaje anterior en nuestro estado hogar, Sonora. Lenin es del estado de Tlaxcala pero había estado trabajando en Ciudad de México, donde desafortunadamente su bici había sido robada sólo unos días antes de este viaje: alguien llegó a tomarse la molestia de arrancar un árbol joven desde la raíz, al cual la bici estaba amarrada, mientras Lenin disfrutaba un té durante su descanso en un trabajo de construcción. Tras tomarse un día para procesar el suceso, Lenin volvió y replantó el árbol; “Sólo espero que hayan conseguido lo que sea que tanto querían”, nos dijo. Así que para este viaje, Lenin tomó prestada una bici que él había comprado para su mamá, una Trek Multitrak 730, la cual pedaleó durante dos días desde su ciudad hasta Texcoco.
Una vez que nuestro equipo estaba reunido, hicimos el plan para los próximos tres días. La cima de Monte Tláloc está a 4120 metros sobre el nivel del mar, y en la cima hay un sitio arqueológico que fungió como centro de devoción al dios Nahua de la lluvia, Tláloc, a quien la montaña debe su nombre. Ricardo nos dijo que hay un camino de tierra que va casi hasta la cima, con los últimos kilómetros demasiado rocosos como para pedalear, pero aún es posible caminar y empujar la bici si realmente quieres traértela para la foto en la cima. Hay opción de acampada libre, o hacerlo en un lugar sobre la ruta que ofrece servicios para lxs visitantes.
Una de mis partes favoritas es que hay agua fresca superficial corriendo de los manantiales por los cuales esta montaña se dedicó al dios de la lluvia. Como el ser desértico que soy, esta sería la primera vez que planeaba un viaje contando con tener agua disponible para filtrar.
A la mañana siguiente desayunamos en el mercado, después nos dirigimos al este y empezamos a pedalear de subida inmediatamente después de salir del centro. Cruzamos un par de pueblos con calles tan inclinadas que nuestras piernas ya estaban ardiendo desde los primeros kilómetros, pero una vez que llegamos a la terracería la subida se volvió un inclinado más gradual y manejable.
Llegamos a la base de la montaña y vimos a Texcoco desde las alturas, e incluso los edificios del centro de la Ciudad de México, que después fueron cubiertos por una cortina de pinos para entrar a un mundo mágico lejos del smog, el ruido, y nada de gente salvo nosotrxs. A ratos pedaleamos, a ratos caminamos, comimos plátanos, y tomamos agua de manantial; nos la llevamos tranquila y acampamos muy temprano en un pequeño claro a 3500 metros de altitud.
En la mañana fuimos al área de camping Canoas Altas donde compramos un desayuno abundante y café para agarrar calorías para el ascenso a la cima. Continuamos en una subida constante y en un punto Karla decidió que su bici era más estorbo que ayuda ya que ya no la estaba pedaleando, sólo empujando, así que la escondió detrás de unos árboles y continuó sin ella.
Lenin y yo nos aferramos a seguir intentando pedalear un poco más hasta que el camino se volvió un sendero rocoso y también dejamos nuestras bicis por ahí. Una hermosa caminata de 3 km nos adentró a una niebla densa que redujo la visibilidad a unos 100 metros, hasta que llegamos a un pequeño altar; habíamos, al fin, llegado a la cima.
El sitio arqueológico es sencillo: dos paredes paralelas de piedra de 150 metros de largo llevan hacia una explanada que es el área de adoración y desde donde, en un día claro, es posible ver los picos vecinos Iztaccíhuatl y Popocatépetl que son parte de la misma franja montañosa. Después de ver lo que se podía aceptamos que la niebla no iba a ir a ningún lado y nos estábamos enfriando progresivamente, así que declaramos la misión un éxito y empezamos a caminar de regreso. Lenin y yo recuperamos nuestras bicis y después la de Karla un poco más abajo, y luego rodamos hacia el mismo lugar al que habíamos acampado la noche anterior.
En la mañana Lenin nos dijo que volvería a casa por una ruta distinta, ya que bajar a Texcoco lo pondría en el lado opuesto de la montaña. Abrazamos a nuestro amigo y lo vimos desaparecer entre los pinos, y luego Karla y yo empezamos nuestro descenso; se levantó la cortina y Texcoco apareció de nuevo, pero esta vez la Ciudad de México no se alcanzaba a ver porque era un día de mucho smog. Poco antes de llegar a Texcoco recibimos una llamada de Lenin: en algún punto tomó un camino equivocado y fue a dar a un pueblo todavía en el lado oeste de la montaña, así que decidió ir a Texcoco y emprender el camino a casa al día siguiente. A Karla y a mi nos dio alegría que Lenin se hubiera perdido y ni siquiera intentamos disimularlo, ya que eso significaba que podríamos pasar un día más con nuestro amigo.
Nuestros días en la Ciudad de México se estaban acabando y no podría imaginarme una mejor forma de cerrar nuestra estancia. Después de dos meses de visitar lugares, conocer a personas y sus proyectos, y pedalear en algunas de las montañas que rodean el Valle de México, nuestros pulmones finalmente se habían acostumbrado a la elevación y podíamos estar arriba de los 3000 metros sin sentir que alguien había cerrado la válvula. Le dije a Karla que no quería jamás volver a estar al nivel del mar, pero ya era hora de volver a casa, y probablemente usar nuestros pulmones de montaña para una rodada a la playa.
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1 thought on “Tierra de monarcas y dioses: un ascenso a Monte Tláloc”